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Gustavo Miranda y la Filarmónica: Los dones recibidos

Gonzalo Saavedra, El Mercurio

El puentealtino Gustavo Miranda (1991) descubrió el piano a los tres años en la casa patronal que cuidaba su familia y, después de estudiar en la Universidad Católica y en la Juilliard School en Nueva York, decidió volver y quedarse en Chile, a diferencia del millar de grandes músicos nacionales que hoy viven en Europa o Estados Unidos.
Y en apenas unos años ha ofrecido interpretaciones lúcidas y sólidas de, entre otras, las 32 sonatas de Beethoven, las "Variaciones Goldberg" de Bach y su par del siglo XX, la demandante "The People United Will Never Be Defeated", de Frederic Rzewski, algunas sonatas de Scriabin --con las que pocos se atreven-y, el viernes, con la Orquesta Filarmónica de Santiago bajo la dirección de Pedro Pablo Prudencio, en el Teatro Municipal, el enorme Concierto para piano y orquesta Nº 1 (1858) de Johannes Brahms. Hace falta energía y madurez interpretativa para abordar este monumento, tan complejo intelectual como emocionalmente.


Miranda se lució desde el comienzo, que partió con un explosivo timbal de Vania Calvil y al que le siguen cuatro minutos largos en que la orquesta presenta lo que tiene toda la pinta de ser una gran sinfonía dramática, si no fuera porque el piano entra totalmente ensimismado y agrega a la tragedia una tristeza que parece no tener consuelo: Robert Schumann, padre artístico de Brahms, había muerto dos años antes y son muchas las referencias a esa pérdida las que se fijan en esta partitura.
El intérprete controló el volumen con una sensibilidad muy delicada, y, cuando tuvo que hacerse del primer tema --con trinos en ambas manos--, le sacó toda la potencia que aún puede dar el piano del Teatro Municipal (que pronto será reemplazado: el nuevo Steinway ya llegó y se está aclimatando antes de su armado).

 

El primer movimiento, Maestoso, no tiene una cadenza propiamente tal, pero sí pasajes en que el piano toca en solitario: allí, y sobre todo en la honda entrega del Adagio, se coló el pensamiento de Miranda con fraseos y tempi llenos de detalles de buen gusto. Sin perder un segundo, comenzó el Rondó final, con un solista sin descanso y que se escuchó muy comunicado con la orquesta --miraba a los otros intérpretes en sus momentos de protagonismo, como lo suele hacer Martha Argerich-y con su director, con quienes logró una versión fluida y exquisita de seguir.


Después de la ovación de un Municipal lleno --que confirma que Gustavo Miranda es un hit en su país--, ofreció, como encore, una bienhumorada y virtuosística transcripción de Stephen Hough para "My Favourite Things" (de "The Sound of Music"), original de Richard Rodgers.


...El público agradeció largamente por los dones recibidos.

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